¡Qué negocio!

Reza un aforismo que los tontos siempre eligen seguir a otro más tonto (pues porque son tontos). Ocurre que a veces el más tonto se hace fuerte en una plaza precisamente porque cuenta con el respaldo de una masa social ovinizada, pero masa al fin y al cabo.

Tenemos que padecer tontos que no quieren trabajar, y como alguien les ha dicho que la vía deportiva es fácil, hay por ahí entrenadores tontos (vía federativa), titulados tontos (TAFAD), diplomados tontos (Magisterio con especialidad en Educación física) y licenciados tontos (INEF), porque aunque logren obtener un titulito de chichinabo, lo que Natura no da Salamanca no presta.

Pero hasta el más tonto del haba es capaz de distinguir la cresta de una ola, y así encontramos por esta España de dios entrenadorzuelos que constituyen un club y se erigen en presidentes o delegan tal función en un familiar directo o amigo que se presta al unte (no fuera a ser…) para terminar acaparando la atención de una masa que aplaude, sigue y se embelesa con las bobadas diarias de estos especímenes, a semejanza de lo que ocurría en aquel cuento del emperador y su traje nuevo.

¿Qué de qué estoy hablando? Pues vayamos al grano.

Existen clubes deportivos de base donde lo que menos importa a sus dirigentes/entrenadores (solapan ambos roles sin pudor) es el deporte base, y lo único que les mueve es la pela cuando no subir puestos en el escalafón federativo.

Y por motivos siempre coyunturales (planificación es para ellos un término de ciencia ficción) acaban siendo el vórtice de una retahíla de ilegalidades que a los poderes públicos más inmediatos les trae tanto sin cuidado como llama que se apaga con dos dedos (no digamos al poder central).

Repasemos las actividades de estos hipócritas, falsos y mendaces seres.

Cobran cuotas mensuales a los niños de entre 18 a 30 euros, y a los adultos cantidades proporcionalmente superiores, sin que nadie les demande asomo alguno de calidad. En estos casos al público le preocupa más bien nada que el entrenador sepa de lo que se trae entre manos, sepa enseñar, sepa transmitir y sepa hacer que los entrenandos progresen.

Los niños (y niñas, pero esto lo haré constar cuando proceda, porque la RAE me ha dicho que las palabras no tienen sexo sino género, y el género neutro coincide algunas veces con el masculino) no tienen licencia porque participan en los llamados Juegos Escolares (JJ.EE.) que cada autonotaifa española organiza para bomba y boato del consejero de turno, léase el de deportes. Porque recortes los padecemos todos, pero los dichosos JJ.EE. no han sufrido trastorno visible en sus presupuestos.

En estos JJ.EE. los niños son inscritos con el número de la Seguridad Social de sus padres. Si el niño no dispusiera de seguro, entonces los muy ladinos dicen que contratarán un seguro con la Mutua General Deportiva. ¿Pero es que hay algún niño cuyos padres carezcan de Seguridad Social? Y si así fuera, ¿no sería más ético preocuparse por que el programa de vacunación del niño se haya llevado con rigor médico que por el seguro para un partidito de baloncesto o una carrera (que también)?

Pero como organiza la diputación provincial o/y regional, la Seguridad Social hace mutis por el foro y acepta cargar con la lesión del niño. Ahora bien, que no se lesione ningún niño del club de boxeo, rugby, lucha o cualquier otro deporte discriminado por los poderes públicos porque la Seguridad Social cursará la pertinente factura a nombre del club, que luego tendrá que derivar a su seguro deportivo, si es que existen acuerdos entre la aseguradora y la Seguridad Social. De no ser así, al presidente del club le espera un calvario administrativo para demostrar que la urgencia de la lesión requirió ir al hospital más cercano y no aguardar a notificar previamente el alcance de la lesión a la aseguradora.

Así pues, los niños del tonto que ha constituido el club no disponen de licencia federativa ni del seguro deportivo obligatorio que debe acompañar a ésta.

La Administra(i)ción organizadora de los JJ.EE. sólo cubre con la Seguridad Social las lesiones producidas con motivo de los encuentros —donde habrá un árbitro/juez que reflejará en acta las lesiones ocurridas—, porque al tratarse de juegos escolares las lesiones que ocurren durante los entrenamientos en el horario lectivo (asignatura de Educación física) están cubiertas por el seguro escolar. Así pues, en caso de lesión durante los entrenamientos del club del tonto o tonta del haba o del habo en el polideportivo del pueblo/barrio, la Seguridad Social derivará la factura al propietario de la instalación donde se ha producido la lesión, o sea, el Ayuntamiento (un esguince de muñeca puede suponer unos 250 euros entre placas, férula, gasas y el tiempo de atención de un profesional altamente cualificado como es el médico, a lo que hay que sumar la dedicación de la enfermera que entablilló la muñeca).

Y como suele ocurrir que este tonto o/y tonta está ahí por tener o haber tenido un familiar directo concejal o concejala de nada, pues la factura la asumirá el Ayuntamiento con el dinero de todos los vecinos (ya he dicho antes que el hecho de que no se respete la legislación vigente al Ayuntamiento se la apaga con dos dedos).

Sigamos profundizando en el sistema, eufemismo preferido por estos tunantes con títulos que siempre presentan en papel de fotocopia.

Los fines de semana llegan los partiditos de los niños, y es habitual que se les ocurra cobrar de 3 a 5 euros a los padres por ver retozar a sus vástagos (y vástagas). Multipliquen por dos si van ambos progenitores, y por algún cardinal más si acuden los abuelos. Porque aparte de los familiares a nadie más importa ver el partidito de los niños de Primaria o Secundaria. Como hay que ir a ver jugar a las niñas o niños para que no se sientan solas y solos en los desplazamientos o desplazamientas, se acaba pagando también al fin de semana siguiente cuando juegan como visitantes porque en el club del pueblo de arriba o del barrio de enfrente están en la misma situación. Vayan sumando el dineral que puede llegar a soltar una familia al mes para que un niño juegue al fútbol, baloncesto, balonmano o voleibol. Y siempre que los papás no tengan más que un retoño o retoña; de lo contrario habrá que multiplicar el monto mensual por cada niño.

Prosigamos con el detalle del embolso que se hacen estos caciques del deporte.

No hace tanto han descubierto que un cartel tamaño sábana (pongamos un DIN A1 o quizá de un tamaño mayor) plagado de anuncios pequeños deja dinero. Hasta 60 anuncios he podido contar, que a razón de 30 euros hacen un total de 1.800 euros. Son esos carteles que se han propagado por toda España en la que de una cuadrícula de 14×6 se reservan 24 cuadrados para escribir con rotulador el nombre del equipo visitante y la hora del partidito. Pongamos que imprimen 2.000 carteles con un coste total de 600 u 800 euros… son más de mil euros de ganancia sin hacer nada.

Bueno, hay que pegarlos, para lo que reclutan a los niños o niñas del equipito, poniendo cada uno un par de carteles por el pueblo/barrio para que al final no vaya nadie, pues ya he dicho que sólo interesa a los familiares directos presenciar el encuentro benjamín, alevín, infantil… Total, que al cabo del año se pegan entre 500 y 800 carteles, cuando no menos, pues con adosarlos en media docena de lugares estratégicos es suficiente para que se entere todo el pueblo/barrio (que no va a ir).

Finalizada la temporada se encuentran conque los excedentes de esos 2.000 carteles están taponando la entrada de otros 1.800 euros. He visto cómo sin sonrojo ni pudor se han tirado paquetes enteros de 500 carteles sin abrir (según se los sirvieron de imprenta) al contenedor de la basura del polideportivo. Servidor ha rescatado hasta mil carteles nuevos a estrenar de un contenedor y los pasea estos días en su vehículo particular para enseñárselos a quien quiera verlos.

Todavía algún cándido dirá que estos clubes tendrán gastos. Pues no. Los padres sufragan muy alegremente de sus bolsillos la indumentaria de cada chaval y chavala. Y pagan 40 euros muy gustosamente por un chándal que tras el rápel por la compra de 100 unidades se queda en 25 euros.

Como ya sería muy evidente hacer comprar a los padres un nuevo chándal cada temporada, lo que cambian todos los años es la camiseta de juego, con unos reflejos por delante los años impares, con estampado por detrás los años pares y con unas rayitas laterales los bisiestos. El rápel, por supuesto, acaba en sus bolsillos.

Pero tendrán gastos de arbitraje y desplazamientos del equipo, me dirá otro más incauto… Pues no; no existen tales gastos. Recuerden que sólo participan en JJ.EE. organizados por la diputación provincial o el gobierno regional en caso de comunidad autónoma uniprovincial. Las tarifas arbitrales las abona el gobierno regional directamente a la federación a temporada vencida. Y para los desplazamientos el gobierno dispone de dinero para los autobuses del consorcio. Es vergonzoso ver un autobús de 60 plazas vacío con un equipito de siete niñas o niños, incluso menos en algunas modalidades deportivas. Diré de pasada que puesto que compiten contra colegios o institutos, aseguran algún que otro año una medallita de chichinabo que venden en el pueblo/barrio como si fuera un dorado metal olímpico.

¿Hacienda? ¿Me hablan ustedes de Hacienda? Pero si les he dicho que éstos son tontos. No tienen responsabilidad alguna con Hacienda. Me explico…

Estos vecinos tan serviciales, siempre pendientes de los niños como si éstos fueran minas de oro, no cotizan porque dicen que «tienen» (así, como si fuera de ellos) un club sin ánimo de lucro que tratan cual propiedad igual que si tuvieran ‘escrituras’, cuando lo que tienen son ‘estatutos’, que no es lo mismo aunque lo parezca, porque para ellos todo es ‘tener papeles’.

¿Y dónde va, pues, a parar todo ese dinero? Pues a su bolsillo, porque son tontos pero no idiotas. O qué se habían pensado ustedes…

Por supuesto lo blanquean en forma de compensaciones económicas por dirección de entrenamientos, asistencia a partidos y alguna que otra labor asistencial e inventada. Noten que no proponen cobros por trabajos de campo, sino compensaciones por labores directivas y asistenciales. Se lo acabo de decir a ustedes: son tontos pero no idiotas.

Pero en el verano se les acaba el chollo, me dirá alguno de ustedes. Pues antes sí, pero ahora no.

Han descubierto el palabro conceptual «campus» y se atreven a impartir (son tontos, luego no tienen miedo al ridículo) enseñanzas durante el verano a los mismos niños que entrenan durante el año. Eso sí, el precio es mayor (llegando a los 50 euros quincenales) por el estatus que supone acudir a un campus de estos con diploma de asistencia y todo, incluido ya en el pago junto con una camiseta de 5 euros. Y arteramente se aseguran de que asista al campus una niña o niño líder, y así los padres de su círculo social llevan a toditos y toditas para que su niña o niño no sea menos o monas. A ese niño o niña líder «le subvencionan» el campus y paga la mitad. ¿Van viendo el embauque que se traen?

Porque estos tontos del haba han reinventado el concepto de campus deportivo. Imparten sus menguadas sapiencias a las mismas niñas y niños, y un servidor piensa: si les van a enseñar lo mismo, deberían cobrar lo mismo; y si les van a enseñar algo nuevo, ¿por qué no se lo enseñan durante el curso completo? De impartir nuevos fundamentos técnicos o tácticos, servidor lo ve como un acto desleal hacia quien les da de comer todo el año.

Ni pensar quiero qué ocurrirá cuando descubran otros barbarismos como «stage» o «clinic». Los reinventarán de manera acorde a la necesidad insaciable de sus bolsillos.

Al final, lo que ellos tienen es una empresa camuflada como club para autocontratación, lo cual es lisa y llanamente un fraude de ley.

Pero los padres les siguen aplaudiendo y riendo las lindezas… y pagando con gusto, cuando no trabajando gratis para ellos atendiendo la oficina del club o pegando carteles y organizando fiestas.

Ya se lo dije a ustedes al comienzo: los tontos siempre eligen a otros más tontos a los que seguir.

Y en un país donde al pueblo le cuesta leer (y cada día más con la —premeditadamente— nefasta calidad de la educación) y donde ese pueblo sólo ve en la tele (y se regocija en ello) programas culturales de la talla de «Gran hermano», «Salsa rosa», «La que se avecina», «Cuarto milenio» o «Punto pelota», por poner unos ejemplillos de nada… Pues ya se lo dijo don Quijote a Sancho: «No se le pueden pedir peras al olmo»… o algo así.