A burro muerto, la cebada al rabo

Pues no era ningún équido, sino todo un señor, un caballero que no tenía pelos en la lengua. Como todos saben, ayer ha muerto Luis Aragonés. Y como es costumbre en Expaña, ahora será llevado a los altares por aquellos que le negaron en su día el reconocimiento deportivo que merecía.

Contrasta el agradecimiento del ministro ciego, Wert, don José Ignacio, con la fría y distante nota de prensa que podemos leer en la web de la federación española del balompié:

La Real Federación Española de Fútbol quiere expresar su dolor y consternación por la muerte de quien fuera jugador y entrenador de fútbol en distintos clubes españoles y del mundo, y Seleccionador Nacional de España en el comienzo de su etapa más gloriosa de éxitos a nivel mundial. Luis Aragonés, madrileño, llevó a la Selección Española a la conquista del Campeonato de Europa de Selecciones Nacionales de 2008.

Luis Aragonés falleció hoy en la Clínica Cemtro de Madrid donde estaba ingresado. Aragonés vistió la camiseta de España en 11 partidos, y como técnico dirigió al Atlético de Madrid (en tres ocasiones), Betis, Barcelona, Espanyol, Sevilla, Valencia, Oviedo, Mallorca y al Fenerbahçe turco.

No hacía falta que lo dijera el ministro, porque no sólo toda España deportiva, sino todo el mundo futbolero sabe que él fue quien cambió el estilo, sistema, o filosofía de juego de la selección de la RFEF. Pero sí hacía falta decirlo mientra sigue siendo marqués el taimado Del Bosque.

Es probable que Luis Aragonés no se hubiera prestado a recibir semejante titulito, que a día de hoy más mancha que da esplendor sobre todo si uno se desenvuelve lejos del ámbito de la pelotería y el vasallaje. No lo ha hecho mal el salmantino, pero todo un caballero hubiera sido si en vez de bajar la ceviz para asumir el marquesado se hubiera revelado hasta que no se elevara a Luis Aragonés al mismo nivel de reconocimiento.

Sabido es que quien dice las verdades pierde las amistades, y en un país cada día más plegadizo a cartonado, quien se levanta y habla se convierte en blanco de las iras de quienes manda. Ellos prefieren hacer referencia a aquel proverbio: el martillo siempre cae en el clavo que destaca. Pero algunos no bajamos la cabeza (ni para recibir coronas de marqués) y nos gusta denunciar atropellos y tropelías, abusos y sinrazones, estulticias y torpezas.