El boxeo y la política

Este pasado viernes me han invitado a una reunión pugilística. Fue maratoniana, con diez combates de aficionados y tres de profesional. Hay veces que llevados por el ansia de agradar se acaba hartando al público. Pero no era ésta la reflexión que quería traerles.

Dada la dilación de la velada (y nunca tuvo mejor nombre, pues acabó hacia las dos de la madrugada) hubo dos descansos. Tras el fin del segundo intermedio el locutor y promotor del espectáculo boxístico se subió al ring y desde allí, haciéndose bien visible, lo cual no dejó de tener su mérito, comunicó al respetable que se hallaban presentes dos o tres concejales de la ciudad, entre ellos el de deportes, y pidió un aplauso para ellos.

Se habían congregado allí espectadores de otra comunidad autónoma llegados para animar a su ídolo que peleaba en el combate de fondo; pues bien, en lo que sí estuvieron de acuerdo ambas aficiones fue en abuchear a los responsables políticos.

El locutor (con muchas tablas) y promotor (se jugaba mucho) aguardó a que cesaran los abucheos (tampoco fueron tantos; la mayor parte de las personas no movimos las palmas) y en dos o tres cortas frases comentó, aunque aquella no era la tribuna adecuada para dar lecciones, que los allí congregados, amantes y aficionados al arte de fistiana, sabedores de que este deporte está siendo acosado desde ciertos estamentos e instituciones desalentando a que la iniciativa privada (televisiones y patrocinadores principalmente) vierta sus apoyos en el mundo del boxeo, deberían estar agradecidos a estos políticos en concreto por apoyar el campeonato de España profesional al que estábamos a punto de asistir.

Sus palabras fueron recibidas con frío. Y el locutor (con muchas tablas, repito) optó por distraer la atención acercándose a la mesa para recoger no sé qué papeles o fichas que ya tenía en las manos.

Comenté con mis vecinos de silla que, aún con buena voluntad, el error del locutor había sido mayúsculo. Con la que está cayendo, con el bajísimo perfil de los políticos que hay en las Administra(i)ciones locales, con el ávido perfil de los políticos autonómicos y nacionales, con la cantidad de estómagos agradecidos que han sembrado durante todos estos años y con el paro y la incertidumbre que existe en el pueblo, pedir un aplauso para los políticos había sido cuando menos temerario.

Pero a renglón seguido comenté también que el abucheo no había sido para estos dos o tres penitentes que habían acudido a presenciar las peleas, actividad duelística que a lo mejor ni siquiera era de su agrado (tampoco a mí me atraen las carreras de coches o las de motos, ni tampoco el balompié). Reconocí que el abucheo había sido en general para la casta política, con sus sobresueldos, con sus prebendas, único estamento que es capaz de decidir cuándo y en qué medida aumentan sus propios sueldos. Ni la venida abajo Casa Real tuvo nunca esa capacidad y está supeditada a los presupuestos que se aprueben en la Carrera de San Jerónimo. Sin embargo alcaldes, presidentes de diputaciones, presidentes autonómicos y gobernantes nacionales son capaces de decidir el sueldo que quieren cobrar del erario público. Y eso sin haber pasado filtro alguno, que para ingresar en un partido político y trepar sólo se exige arrastrarse y babear.

Si por equivocación ingresa usted en una militancia política deje que le trace el plan de actuación: no piense, no opine y sobre todo no tome decisiones. Luego, con el tiempo, ya irá sabiendo a qué fuego arrimar la sardina, pero ¡ojo!, sin comprometerse. Mantenga una sonrisa de bobo o de boba, mantenga su mirada sin fijarla en los ojos de nadie, mueva la cabeza adelante y atrás como aquellos perritos que veíamos en las traseras de los coches familiares hace unas décadas, y si va a asentir hágalo sin decir palabra y cierre los ojos como quien escucha una melodía lejana, ello obviamente sin dejar de sonreír y mover la cabeza. No se le ocurra dar un apretón de manos firme: relaje la mano y preséntela como si fuera un pescadito frío, y deje que se la estrujen. No olvide practicar en casa movimientos de cintura como si fuera a dar un cabezazo en el suelo. Si sigue mis consejos, llegará lejos en el partido político que haya elegido.

Le recuerdo que hacen los boxeadores un ejercicio de cintura que quizá le valga para hacer el suyo con soltura. Acuda a un gimnasio de boxeo, pues, y practique, practique. Y si le encuentra gusto a la dulce ciencia, que será que sí, olvidará los devaneos que le llevaron allí y volverá al gimnasio. Al menos me quedará la satisfacción de haber conseguido una persona de provecho y no un aprovechado de persona.