Medias palabras, doble lenguaje

Vuelve El espectador ante a un nuevo panorama internetero. La autopublicación de artículos de opinión y de fondo se complica con la nueva ley recaudatoria que permite a la prensa cobrarnos por citar fragmentos no significativos de sus noticias. Al final las noticias se convierten en bienes intangibles sobre los que existen derechos de autor (o algo similar) cuando desde los orígenes de la prensa los periodistas y sus diarios se sentían congratulados con el mero hecho de que se les citara y reconociera como fuente de información. En nuestra época el vil metal condiciona las leyes, y con mentes febles al frente del gobierno y menguados profesionales en la política con el bolsillo siempre abierto (o la cuenta en Suiza), comprobamos qué fácil es dictar legislación desde los sillones de las corporaciones. Los señores diputados se han convertido en títeres al servicio del partido so pena de ser defenestrados por tener ideas propias, y los partidos son marionetas en manos de las macrocorporaciones. No hace falta tener un hijo o un amigo en el Congreso y aguardar a que medre; con ofrecer dinero y favores se pueden comprar voluntades carentes de dignidad.

Así las cosas, creemos, a la vista de lo leído en Genbeta que los meros enlaces no son objeto de cobro irrenunciable (que tiene bemoles el doble lenguaje: «yo no quería cobrarte, pero la ley dice que es un derecho irrenunciable, así que te lo voy a cobrar de todos modos para que no se lo lleven otros»). Y nosotros, tontos bitacoreros que encima pagamos un dominio anualmente de nuestro bolsillo, enlazamos a los diarios nacionales y regionales llevándoles tráfico en la medida de nuestras posibilidades.

Rascada, pues, estas pulgas que nos tienen a mal traer, entraremos en materia con los últimos acontecimientos vividos en el fútbol español, la muerte de un ultra, que no hincha, futbolero.

Quien suscribe no puede evitar condolerse ante cualquier muerte por estúpida que sea, igual que se conduele de aquella persona que ha contraído el ébola en el ejercicio de sus funciones laborales. Pero luego eso no obsta para que le echemos en cara a esa persona que ha sido y se ha comportado como una perfecta irresponsable habiendo puesto en vilo la seguridad sanitaria de todo un país. Lo cortés no quita lo valiente. Y lo mismo ocurre con esta absurda muerte.

Tras una primera lectura hemos quedado estupefactos al saber que el muerto estaba entrado en la cuarentena de su vida y que tenía un hijo (o dos según algunas fuentes). Esto de citarse por las nuevas tecnologías para darse de hostias con gente que no conoces y que nada te ha hecho lo creíamos propio de impúberes que defienden territorialmente su charca. Pero que gente talludita, como decía el inmarcesible García, vaya desde Galicia a Madrid para lidiar una injustificable batalla campal con otros tan borregos como ellos es cosa que quienes peinamos canas debemos digerir con tiempo y pausadamente. Es tan inconcebible como si nos dijeran que media docena de dragones han arrasado una ciudad española vomitando fuego y sembrando el caos y el terror, o como si publicaran que en la provincia de Huesca han desembarcado tropas alienígenas en número inabarcable.

Sencillamente no cabe en la cabeza de un ciudadano de cultura media. Quizá de existir crónicas neandertales hubiéramos encontrado algo parecido. Estos modernos cavernícolas han utilizado las nuevas tecnologías para citarse y matarse entre ellos. Porque nadie puede decir que el objetivo no era matarse cuando apalean a un tipo y lo tiran al río en pleno invierno en mitad de la meseta castellana. Es lo que hubiera ocurrido en cualquier asalto medieval, cuando la vida valía una mierda. Es lo que hubieran hecho en cualquier localidad en guerra, donde la vida vale una mierda.

Pero dejar un niño en casa, pagarse uno mismo el viaje, e irse a protagonizar un enfrentamiento callejero sin siquiera cobrar derechos de imagen… (que digo yo, que si los medios de información tienen sus derechos de propiedad intelectual, el protagonista de una noticia que les da a vender tantas páginas debería cobrar algo también en derechos de imagen, o al menos la madre del huérfano). Y es que el muerto era una joya de perfil sociópata.

El horror no es tanto la muerte de un descerebrado como la forma de morir: apaleado por unos colores, en este caso un estandarte blanco y azul. Pero veamos… Los caballeros medievales iban a la guerra con sus banderas con un claro objetivo crematístico, aunque hábilmente supieron vender una imagen idílica de valor, honor y fe. Y sus vasallos les acompañaban a la fuerza y con la mente planeando sobre la contingencia de obtener un botín que les sacara de una insufrible pobreza dentro de la más abyecta miseria.

Pero estas gentes se citaron con el único fin de pegarse una paliza unos a otros. Y todo por un equipo de fútbol, que en su última expresión es una sociedad anónima dirigida por millonarios; y el equipo en sí está constituido por otros millonarios que han tenido la suerte de hacer de su hobby un trabajo que les proporciona unos ingresos inmensurables con la mente de un trabajador. Y unos y otros tienen claro que esto del fútbol simplemente es un negocio, una forma de ganarse las alubias manteniendo una vida de lujo. Ni los primeros millonarios, lo dueños de la sociedad anónima, ni los segundos, los jugadores, sabían de la existencia de estos capullos que se citaron para matarse a palos. Y su vida no les importa una mierda aparte de las planificadas declaraciones lamentando una muerte más en el fútbol.

Expuesto lo que antecede, hacemos una segunda lectura del inveterado hábito hispano de ponerse la venda después de recibir la herida. Parece que el secretario de estado para el deporte (Cardenal se apellida el tipo, ¡vaya inri para el presidente del CSD!) debe haberse enterado ayer de la existencia de estas bandas de descerebrados y arremete ahora contra ellas exhortando a las sociedades anónimas a erradicar a estos vándalos de sus gradas. ¿Ha hecho falta la muerte de un tipo con hijos para que abrieran los ojos? ¿Es qué han estado esperando a que muriera alguien? Hace ahora cinco años se citaron en Gijón cabestros locales y otros de Sevilla y protagonizaron un enfrentamiento que, nos parece recordar, se saldó con la muerte de un chiquillo que estos berzas habían reclutado (recordamos algo de un botellazo en la cabeza y que el menor de edad estuvo ingresado en la UVI, pero nuestra mente se niega a presentarnos con claridad el desenlace final del herido).

¿Es que no fue suficiente aquella ocasión? ¿Es que la única solución es prohibir una vez consumados los hechos y nunca educar para evitar males irreparables? Desde aquella reyerta masiva en Gijón a este fin de semana pasado ha transcurrido tiempo suficiente para actuar, habida cuenta de que las actividades de estos ultra-descerebrados no habían cesado. Pero nada hicieron nuestros mandamases.

Ahora, para satisfacer (o aplacar) al secretario de estado para el deporte, las dos sociedades anónimas implicadas se hacen cruces y leemos incluso que han «cerrado la grada de» los ultras. O sea que ¿¡la grada era de ellos!? Entendemos que esto no es más que un tropo del lenguaje, pero da a entender con claridad el estado actual del fútbol nacional. Medias palabras, doble lenguaje. Y una nube de interrogantes que llueven por la indolencia de los dirigentes nacionales.

Y digo yo que ha habido suerte que los heridos, aparte de los policías que saben que se la juegan cuando entran de servicio, han sido sólo estos talibanes del fútbol, que bien le podía haber tocado la china a alguien que paseaba por allí con sus hijos y no hubiera podido huir de la refriega.

Ésta es la verdadera marca España, la de la etiqueta negra. A juzgar por cómo habla toda esta patulea, por cómo se expresan, algo ha fallado en España, quizá el inexistente sistema educativo, quizá los padres que no se enteran, quizá las verduleras que sacan en la tele, quizá las películas de Torrente… Pero el fracaso es palpable.