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Es curioso: nunca han querido comer tanto el coco a la chavalería como ahora. Antes, en los tiempos de María Castaña (más o menos por el año de la Pera), sólo le comían el tarro los profesores -normalmente uno- y la familia -el papá, la mamá, la abuela…-. Pero llegaron los tiempos modernos y con ellos el esplendor de la televisión, la radio, los media, los colegios con seis profesores (incluido el de inglés, que los convierte al Hallowen), la publicidad, los folletos del Corte Inglés… Y entonces fue el acabóse: ya no tenemos niños. En puridad, sólo tenemos consumidores, aunque pagan los papis, que lo hacen gustosos porque cada vez los ven menos tiempo gracias al “racional” horario de trabajo y del tiempo que tenemos en este país de Champion. Los nenes ya no son nenes (ni visten como tal), hacen jornadas de 7 de la mañana a 7 de la tarde y ven a sus padres entre sueños y comprando el fin de semana en el Carrefour. Huerfanitos me los tienen. Así que el amor de fin de semana (y los remordimientos de conciencia del resto de los días) favorecen aún más la cosa consumística. Y se enchufan a la tele no en plan distractivo -como los chaveas primerizos de la primeriza televisión de los 60/70- si no como medio de vasallaje ante el dios consumo, que les come el tarro con tropecientos mil anuncios, programas y pelis. Así que ya no creen ni a los padres. Lo ha dicho la tele o el Eugenio del cole, que sabe mucho porque también ve la parabólica. Niños huerfanitos de papis y mamis, que ya no tienen ni tiempo de comerles el tarro. (Para triturárselo a fondo, incluyendo la cosa deportivesca, tienen demasiada competencia enfrente. Así que lo llevan claro los enanos…).
Debería existir una ley que prohibiera o limitara la publicidad dirigida a los niños. Debe haberla… pero a juzgar por lo que decimos, aún le queda mucho para ser efectiva.
Habría que recoger aquella propuesta tuya de poner dos rombos a los partidos de fútbol.