De paralíticos a adaptados

Hace unos buenos años era raro ver a alguien haciendo deporte en una silla de ruedas. Es como si quedar paralítico te invalidara para la práctica del deporte. Felizmente ha transcurrido el tiempo y se han superado clichés arquetípicos, y lo que antes parecía chocante ahora se ve como lo más normal. Incluso el COI, esa reunión de aristócratas que se han arrogado la representación de algo tan intangible como el movimiento deportivo, otorgando reconocimientos aquí, y distinciones allá, gasta sus buenos dineros en lo que han dado en llamar paralimpiadas.

Y esa evolución en la mente del ciudadano de a pie, el que sólo mira, o lo hace de vez en cuando, para los astros consagrados del balón, la raqueta o el volante, ha venido sucediendo paralelamente al cambio de nombres en esto del deporte de los paralíticos.

En un primer momento se llamaba así, deporte de paralíticos. Hoy día puede parecer que suena feo, aunque no sabría explicar si ha evolucionado la mentalidad de la sociedad gracias a los sucesivos cambios de denominación, o los sucesivos cambios se fueron adaptando a la sensiblería de la sociedad. Sabemos que existen gentes que en las palabras ven sexo en vez de género, y otras que ven tendencias discriminatorias en sustantivos y adjetivos, cuando lo discriminatorio son las acciones e intenciones (mucho más difíciles de juzgar éstas que las otras).

Más tarde comenzaron a llamarle deporte de minusválidos; pero pasado un tiempo a alguien se le antojó que el término era peyorativo porque estas personas no valían menos que otros que disfrutaban de su total movilidad, aunque nadie se hubiera pronunciado en ese sentido; en fin, que en la línea de manipular la realidad desde el léxico, se adoptó cambiar a un tercer nombre: deporte de disminuidos.

Todos estos cambios surgieron por miedo a ser discriminados, y ocasionaron cambios en los registros federativos con el consiguiente gasto administrativo, aunque aceptan sin sonrojarse la contracción paralimpiadas y no el original paraolimpiadas, que en castellano puede dar lugar al equívoco peyorativo.

No pasó mucho tiempo cuando los mismos que postularon los anteriores cambios (que bien podían haberse puesto el nombre que mejor les viniera en gana desde un principio) se manifestaron reacios a ser llamados disminuidos y ahora han optado por autodenominarse deportistas adaptados para pasar a practicar deporte adaptado.

Veremos lo que les dura el nuevo nombre, porque la tendencia al cambio es evidente, quizá porque por mucho que vistan a la mona de seda, la sociedad sigue viendo a una mona, y disculpen este ejemplo pero es que el refranero últimamente le está quedando algo corto a mi mente. Lo que pretendo decir es que por mucho que busquen la mejor megadenominación, esta sociedad va a seguir prestando el mismo caso al deporte adaptado.

Y digo esto con cierta tristeza porque saben mis lectores más inveterados que en esta página siempre hemos defendido el esfuerzo ímprobo de estas personas, y el de esas otras que día tras día son campeones oscuros que se ven obligados a sortear barreras arquitectónicas y urbanas, y a padecer la insolidaridad y miopía de los demás ciudadanos con no poco derroche de energía. Sin olvidar que hemos de tener siempre presente que mañana mismo podríamos ingresar en sus filas y precisar adaptaciones en nuestra vida diaria para no tener que depender de casi nadie.

Pero hay algo que tenemos que esputar porque nos está ahogando. Hemos conocido deportistas adaptados y adaptados que no practican deporte a los que no queda más remedio que adaptarse a las barreras de la sociedad, que luchan porque nadie les vea diferentes. No luchan por ser iguales que los demás, porque ya lo son, sino porque nadie les vea diferentes. Y siempre nos ha parecido el mejor planteamiento.

Sin embargo comprobamos horrorizados cómo quienes dirigen este deporte hoy adaptado —mañana ya veremos cómo le llaman— se complacen en ser tratados de forma diferente a sus convecinos. En las pruebas deportivas y paradeportivas adaptadas que festivamente organizan los ayuntamientos (a veces con pretendidos aires solidarios, aunque otras con conciencia de acercar a la población las necesidades de este colectivo) se ha instaurado la costumbre de que los participantes sean agasajados con un ágape que va a costillas del pueblo. Lo que quiero decir es que las invitaciones a opíparos banquetes donde al final siempre sobra comida que luego hay que tirar enriqueciendo al amigo del político que lleva la empresa de catering (pincheo en castellano), se pagan con dinero del pueblo.

Y no es así, señores adaptados o inadaptados a su situación. Si quieren ser tratados como los demás ciudadanos deben renunciar a estos convites que se les brindan sólo porque son ustedes «los pobrecitos minusválidos». No pueden ustedes pretender ser tratados como personas normales cuando las personas normales no son invitadas a banquetes tras la celebración de su prueba deportiva. Todo lo más una bolsa de comida con un botellín de agua, un bocata y una manzana. No pueden ustedes pretender ser como todos cuando les gusta que se les trate de manera diferente. Para exigir un trato en igualdad, que por supuesto se merecen, es menester dar ejemplo y renunciar a estas prebendas que seguramente les son muy golosas.