El sentido de la proporción

A veces pierdo el tiempo con los vídeos que los medios de comunicación serios extraen, copian o fusilan directamente de youtube, y el que he visto hoy me ha crispado hasta el punto de agarrarme al teclado.

Quien haya parado por aquí antes, o simplemente quien se haya detenido en leer el subtítulo de esta bitácora, ya se estará temiendo lo peor al ver el vídeo.

A mí, la verdad, el supuesto maltrato que el chaval da al perro me trae sin cuidado. Más me preocupa la moralina de la que hacen gala los medios de comunicación que dictan a la opinión pública lo que debe opinarse en público. Y estos medios de masas se dejan manipular por una clase política cuya consigna es desviar la atención sobre lo que verdaderamente importa. Cuando no haya fútbol hablemos de un perro y elevemos superlativamente un hecho nimio y puntual aunque sea a costa de la salud mental de un mozalbete adolescente.

Pero antes de dar mi mazazo, vayamos por partes y analicemos el vídeo.

Un perro chusco se mete (o lo meten) en un campo de fútbol mientras se disputaba un partido de categorías de base en cierto país sudamericano; por el tono, por el lenguaje no verbal de los periodistas al decir «en el interior del país», al ni siquiera tomarse la molestia de dar el nombre de la provincia, evidencian un cierto tufillo despectivo y clasista. Tengan en cuenta que luego van a ser estos periodistas quienes juzguen la moral del chaval.

Porque no se nos debe ir de la mente que se trata de un chaval… y posiblemente de una zona deprimida social, cultural y económicamente. Esto se deduce, gratuitamente, eso sí, del tufillo peyorativo al que hago alusión en el párrafo anterior.

Voy a juzgar al medio audiovisual sudamericano, pero también al diario español que se ha tomado la molestia de colocar este vídeo en su web cuando bien podría habernos ahorrado la molestia de perder nuestro precioso tiempo y habernos propuesto algo más edificante o más educativo… pero en fin, a mí me ha dado la oportunidad de volver a ser irreverente, aunque sólo sea por manifestar lo socialmente incorrecto, lo que no puede ser opinado en público.

De entrada se observa un ensañamiento mediático con una acción protagonizada por un joven, sin reparar en que, quizá, le estén ocasionando un daño irreparable al magnificar tan intrascendente acción. Luego va la gente y se suicida, como aquella enfermera británica que fue víctima y objeto de una broma radiofónica donde se implicaba a la familia real de aquellas islas tan queridas para nosotros los españoles.

Repetir hasta el hartazgo las imágenes no es hacer periodismo. Repetir hasta la náusea una y otra vez las mismas frases criminalizadoras no es hacer periodismo. Un periodista no juzga… expone un hecho. Podemos deducir, pues, una falta grande de profesionalidad en tan rigurosos personajes.

Pero si miramos atentamente las imágenes que tan generosamente nos ofrecen yo veo que el chaval coge al perro de una manera no exenta de cierto mimo. Lo coge por el pescuezo y lo traslada sin hacerle daño. Quizá tal y como habría cogido a su propio perro. Y es que la relación entre humanos y animales en las zonas rurales no es la misma que entre los señores urbanitas y las mascotas de la ciudad.

En el campo muere la gente y mueren los animales a diario. En la ciudad no parece que muera nunca nadie, pues no vemos un muerto en toda nuestra vida, y mucho menos aún podemos tocarlo (salvo quienes tengan ese trabajo, pagado como penosidad). Un pájaro muerto, una paloma muerta que nos encontremos en el parque nos causa repugnancia y seremos incapaces de cogerla con la mano. Ya no diremos una rata por lo asqueroso de ese bicho… y menos un gato o un perro por el rango de proximidad que se le supone al ser humano. En el campo, cuando se muere un perro, se le coge con las manos, se le traslada con las manos, se hace una zanja con las manos (y con una pala), y se mete al can en la fosa también con las manos. Y se le hecha la tierra encima, igual que en las películas del oeste. Y si es una vaca o una oveja, lo mismo se la lleva en la camioneta y se la despeña con las manos para que sea pasto de buitres o lobos.

Y es que en el campo, o en las zonas rurales si lo prefieren, incluso en España, se toma la escopeta muchos fines de semana para matar cientos de jabalíes y corzos, presas que son recogidas con las manos, y que son destripadas con las manos (y un cuchillo, claro), porque hay ciertas vísceras que llevar al veterinario para saber si la captura es comestible, no nos vaya a endosar una enfermedad y nos mate a nosotros. Todo esto está legislado y reglamentado, por supuesto, que no es capricho.

Así que, en la zona rural «del interior del país» de que se trate, un mozalbete agarra a un perro, ya que nadie se atrevía a cogerlo, y lo transporta según lo ha cogido, y digo yo que con cierto mimo, y lo lanza por encima de la valla consciente de que el perro va a caer de pies, pero como el can pesa lo suyo, y el chaval no quiere lastimarlo con un lanzamiento brutal que le hubiera tronchado las cervicales, lo lanza con tan poca fuerza que el perro choca contra la valla y vuelve a caer al campo. ¡Y los comentaristas se extrañan de que no le haya pasado nada! Claro, posiblemente sus cuerpos fofos, si se cayeran de la silla, se lastimarían. Desconocen que un perro es un animal duro, quizá porque nunca hayan tenido que propinar una patada a uno que venía a morderles yendo por el campo a realizar labores.

Estos dos pitofleros se han ensañado con el chaval desde la comodidad de su butaca, que quizá esté forrada con piel de perro.

Sin embargo no les causa ninguna preocupación la reacción del público que insulta en masa al chaval llamándolo hijo de puta. Un público maduro ensañándose con un chico de, pongamos, 15 ó 17 años no les arranca ningún juicio de valor. Tampoco protestan porque el equipo rival, sin duda y a tenor de la reacción del público, el equipo local, aproveche la ocasión para ir a intimidar al muchacho y provocar su expulsión. Tampoco les enoja la pusilanimidad del árbitro que ante el clamor popular concluye por sacarle tarjeta roja al jugador por supuesto maltrato animal. Y eso que el perro no ha dicho esta boca es mía porque no ha sufrido ningún daño. ¿Pero quién es el referí para tomar esa decisión tan… arbitraria? Buena muestra de profesionalidad hubiera sido informarnos de lo que estipula el reglamento en un caso así. Pero eso conlleva un tiempo y un trabajo de investigación; es más fácil enjuiciar desde su punto de vista cómodo, subjetivo y miope.

La moralina baña esta sociedad (y a lo visto la sudamericana también) y de tamaño engaño no puede concluirse nada positivo. ¿Adónde nos conduce está práctica de otorgar humanidad a los animales?