Igualados en mediocridad

Superada la arcada producida por los más de 70 muertos con la disculpa de un partido de fútbol en Egipto (vídeo), me decido a escribir las siguientes líneas que me vinieron a la cabeza el día de la tragedia (vídeo).

Alguien en mi entorno comentó al conocerse la noticia que «por ahí están sin civilizar», en referencia al aparente tercermundismo de todo lo que no sea Europa y cuatro países más. Pero me temo que por aquí estamos igual. Recordé que hará un par de años unos descerebrados seguidores del Sevilla se citaron por Internet en Gijón con otros de igual encefalograma plano, seguidores del equipo local, para librar una batalla campal en el centro de la ciudad aprovechando el desplazamiento de los primeros a presenciar el partido que enfrentaba a ambas escuadras. También me acordé de los disturbios que protagonizaron los seguidores del equipo más popular de Marsella con la Policía Nacional en un estadio de Madrid, en los que otro individuo sin cociente cerebral reconocible, francés de ascendencia española, cobró un protagonismo que amenazó con alcanzar a las esferas diplomáticas entre ambos países, y para más recochineo fue recibido como un héroe en aquella ciudad mediterránea tras su paso por las celdas españolas, donde se sirve un menú de cuatro comidas diarias a cuenta del contribuyente.

Si en aquellas ocasiones los disturbios no se saldaron con varios centenares de muertos fue sólo una cuestión de clímax, no de civilización o cultura. En una de estas se va a armar una similar en un país tan occidental como el nuestro, porque entre otras cosas a la juventud se les bombardea a diario con una mierda de programación en la televisión, con videojuegos cada vez más caníbales y realistas, con una pésima educación académica y cívica, con el aplauso institucional a la cultura del etílico, con el encumbramiento de ídolos cada vez más incultos y más millonarios (léase el caso del futbolista que reconoce no haber leído un libro en su vida, aunque empezó «Yo soy el Diego» —biografía de su ídolo— y fue incapaz de acabarlo), y con el enraizamiento de una clase política que ha echado a pique todo un país (y que lo va a hundir más todavía… al tiempo).

Con semejante batido social, ¿qué podemos esperar? Pues que una tarde cualquiera nos acerquemos a la macabra plusmarca establecida por los egipcios.